‘No quiero, prudente cavallero, varón virtuoso, que tu pluma ni tus dedos ayan de quedar ociosos’. Así se dirige el cronista Diego Enríquez del Castillo a mosén Diego de Valera en una carta fechada en 1479 en la que le insta a que no deje de escribir ‘porque tu saber y dotrina dando luz nos encamine’. Mucho fue lo que escribió Valera a lo largo de su dilatada existencia (1412-c. 1490) y muchos fueron los géneros cultivados por este conquense que sirvió a los diferentes monarcas que ocuparon el trono castellano en el siglo XV: Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos. Prudente u osada –dependiendo del momento–, la voz de Valera se alza en el ocaso de la Edad Media peninsular para ilustrar a sus contemporáneos sobre temas tan diversos, y a la vez tan trascendentales en aquel período histórico, como la nobleza, el papel de la mujer en esa sociedad, o la preeminencia de Castilla.

A pesar de ser formalmente medieval, ‘en el gran mar de la cultura occidental en pleno tránsito hacia la Modernidad, Valera –sinécdoque, en esto, del humanismo romance castellano en su conjunto– se orienta por su oído: sabe distinguir los temas de moda, las argumentaciones más eficaces, las doctrinas más novedosas, oportunamente adaptando todo ello a la realidad castellana’, según explica Guido Capelli en este volumen, con un trabajo en el que analiza la relación de Valera con el Humanismo.

Desde que llegó a la corte de Juan II en 1427, con quince años, hasta el momento de su muerte, hacia 1490, Valera fue testigo y miembro de una sociedad en crisis en la que se estaban cuestionando el orden y los valores establecidos. Federica Accorsi explica que para Valera, perteneciente a una familia de conversos, ‘el estatus de cada hombre no depende de su nacimiento, sino de las normas aceptadas en la comunidad donde vive, es decir de la autoridad del rey y de la Iglesia: los que una dignidad hace hidalgos o el bautismo hace cristianos lo son tanto como aquellos que nacieron de padres hidalgos o cristianos’.

La vida de Diego de Valera transcurrió entre las armas y, fundamentalmente, las letras. De hecho, a la hora de posicionarse en el tradicional debate, él mismo definió claramente su postura en una epístola escrita en 1447 en la que afirma: ‘sé esforçarme servir mi Príncipe, no solamente con las fuerças corporales, mas aun con las mentales e intelletuales’.