Es asunto de sobra conocido que la obra del autor galorromano Sidonio Apolinar (430/431–c. 487 d. C.) gozó de una amplísima e ininterrumpida difusión durante todo el Medievo, reflejo palmario de su éxito e influencia a lo largo de dicho período. Sin embargo, los sofisticados textos de este poeta lionés, tan admirados e imitados durante siglos, pronto habrían de enfrentarse a una nueva forma mentis, que avanzaba poco a poco por la escena intelectual europea, hasta llegar a hacerse hegemónica: se trata, como es obvio, del primer Humanismo, que apenas comenzaba a despuntar sobre el solar itálico del Trecento. De ahí que la opinión que sobre este autor tardoantiguo se forjase un personaje tan influyente como Petrarca (1304–1374), auténtico abanderado de ese cambio de paradigma intelectual, habría de condicionar sobremanera el modo en que sus obras iban a ser juzgadas y percibidas a lo largo de todo el Renacimiento. La fortuna de Sidonio Apolinar y la propia pervivencia de su trabajo, hasta entonces libres de toda amenaza, entraban en una fase problemática, que habría de ser determinante para explicar sus futuros vaivenes.